Miguel Lerdo de Tejada, un liberal radical
Cuando se murió, un 22 de marzo de 1861, más de tres de los integrantes del grupo liberal que había triunfado en la guerra de Reforma, debieron suspirar con alivio. Porque de haber vivido, el veracruzano Miguel Lerdo de Tejada estaba más que listo para regresar a la vida pública del México donde justo se habían terminado tres años de enconada guerra civil, y donde se suponía que ya no había cabida para los proyectos del partido conservador. Y ese retorno político le resultaba incómodo a algunos, uno de los principales, seguramente, don Benito.
En aquella primavera, aparte del festejo por el cumpleaños del presidente Juárez, estaban ocurriendo cosas que hablaban de un país en proceso de cambio: empezó a funcionar en todo el territorio esa nueva institución, el Registro Civil y no tendría que haber recién nacido o pareja de novios que no pasaran por esas oficinas para dar cuenta al Estado mexicano de su existencia como individuo o como familia.
Como casi siempre desde que empezó la vida independiente de México, el erario estaba vacío, a grado tal que el ministro de Hacienda en turno, el güero Guillermo Prieto, le lloraba por carta a su compadre, Melchor Ocampo, contándole que no tenía dinero ni para comprarle a los soldados unos tristes capotes con los que pudieran abrigarse.
Peor todavía: en su fuga, ante el inminente regreso del gobierno liberal a la ciudad de México, después de la derrota conservadora en Calpulalpan, los que habían estado a cargo del gasto público habían hecho una bonita fogata en los patios de Palacio Nacional con los papeles hacendarlos de la gestión conservadora, de manera que, cuando Prieto regresó al despacho del Ministerio de Hacienda, no había el menor indicio de qué se había gastado, cómo se había gastado y qué era lo que los liberales podían gastar, si es que quedaba algo.
Aquella tormenta financiera era vista por Miguel Lerdo de Tejada con la distancia de quien llevaba un rato separado del núcleo cercano al presidente Juárez. Lerdo, al que nadie le contaba de las penurias de la administración pública por que él ya había ocupado la cartera de Hacienda en tres ocasiones, había resultado más radical que cualquier otro de los liberales que acompañaban al presidente en Veracruz, en los últimos meses de la guerra de Reforma, cuando ambos bandos, desesperados por tener ventaja respecto de sus enemigos, habían cedido a la tentación de ofrecer compromisos muy riesgosos para la soberanía mexicana: fue 1860 un año de profundos desgastes para liberales y conservadores, que estaban dispuestos a sentarse a negociar con el mismísimo Satanás, si fuera necesario.
Lerdo había planteado posibles soluciones tan radicales que su separación del gabinete juarista fue inevitable: insistió en varias ocasiones en la necesidad de suspender el pago de la deuda exterior. Juárez se resistió.
La otra propuesta de Lerdo era todavía más inquietante: eliminar del escenario político el origen de la guerra civil, ¡la constitución liberal promulgada en 1857! Si se “prescindía” de aquella carta magna que había causado tantos conflictos desde el principio, argumentó Lerdo, conservando solamente las leyes de Reforma, seguramente habría posibilidades de negociar con los conservadores y poner fin a la guerra civil. Corrían las primeras semanas de 1860 cuando Lerdo planteó aquella solución que a él le parecía muy práctica, pero que al resto del gabinete le puso los pelos de punta. Significaría echar por la borda el proyecto de país. En aquella ocasión,
solamente Santos Degollado había apoyado la idea.
Un par de meses después, Lerdo insistió: si la guerra civil había estallado por la constitución liberal, ¿Por qué no hacerla a un lado, por qué no preguntar al país entero si deseaban conservar una ley fundamental que había acarreado tantos problemas? El resto de los ministros de Juárez rechazó el proyecto. Era abril de 1860.
En mayo, Miguel Lerdo volvió sobre su idea de suspender el pago de deuda. En principio, Juárez aceptó, pero luego cambió de idea, cuando su secretario de Hacienda ya había hecho pública la decisión. Lerdo puso su renuncia en la mesa.
Juárez la aceptó, diciendo que suspender el pago de deuda externa iba a poner a México en una situación internacional todavía más comprometida. En el fondo, se habían acabado las coincidencias entre el presidente de la República y su secretario de Hacienda. Cuando quiso tocar la constitución de 1857, Miguel Lerdo abrió un abismo entre él y sus compañeros de partido y gabinete.
UN VERACRUZANO EMPEÑOSO
Miguel Lerdo de Tejada era uno de los ocho hijos de una familia criolla establecida en Veracruz. El padre de los Lerdo era un español que había hecho carrera con el comercio ultramarino; la madre, una criolla de las buenas familias veracruzanas, emparentada con figuras del poder político local. Muy avispado debió ser Miguel, nacido en 1812, porque la muerte temprana del padre lo convirtió en adulto muy pronto: a los 19 años, su madre solicitó que se le habilitara legalmente para, junto con Francisco, el hermano primogénito, demandar y recuperar dinero y bienes que peligraban por la repentina orfandad de la familia.
Los mayores de los hermanos Lerdo siguieron por algún tiempo la actividad comercial heredada de su padre. Pero acabaron por abandonar el asunto y empezaron a buscarse el futuro en la política nacional, estableciendo redes de amistad y colaboración que les
ayudara a hacer carrera. Una anécdota afirma que en la casa contigua al hogar de los Lerdo de Tejada habitaba una familia que, entre sus retoños, tenía a Antonio López de Santa Anna, y ese era un vínculo que un día Miguel Lerdo aprovecharía.
Finalmente, los Lerdo dejaron por completo el comercio; la suerte no les había sonreído en aquella ruta. Se sabe que varios de aquellos muchachos hicieron carrera: Miguel se trasladó a la ciudad de México y empezó a involucrarse en política desde la estructura del Ayuntamiento; Angel, otro hermano, se fue al creciente ramo de los transportes, llevando barquitos de vapor a los lagos del valle de México, y también participó en la incipiente in
dustria ferrocarrilera. Sebastián, 12 años menor que Miguel, estudió en el Seminario Palafoxiano de Puebla y fue rector dEl Colegio Nacional de San Ildefonso. Acabaría por saltar a la política y él sí llegaría a la presidencia de la República.
La fama con lo bueno y lo malo que tiene de su hermano Sebastián, y la muerte repentina, le quitaron a Miguel parte de la notoriedad que le toca: fue uno de los artífices destacados de las grandes directrices económicas de la Reforma liberal, y aunque las cosas no le salieron como esperaba, sí abrieron el camino para que México fuera lo que hoy todavía es: un Estado laico •
(Continuará)