Pensándolo bien

Política    martes, 2 de julio de 2024

  • Los fines de semana de Sheinbaum y López Obrador
  • Las muchas horas de vuelo compartido generarán una mutua comprensión y las necesarias complicidades para evitar que terceros, que nunca faltan, provoquen ruidos que potencialmente puedan envenenar la transición que hoy presenciamos

Los empresarios urgen a Claudia Sheinbaum a pintar su raya. Es decir, a tomar distancia de López Obrador o, por lo menos, a mostrar claras señales de lo que serán las peculiaridades de su gobierno. Están equivocados, no es el momento para eso, que ya habrá seis años para no solo pintar rayas sino todo lo que traiga en el tintero. Quizá hubo algunas intenciones de hacerlo los primeros días, llevada por el entusiasmo de la victoria y la necesidad de enviar señales tranquilizantes a los mercados, súbitamente alarmados por las mayorías legislativas del partido en el poder. Pero esos esfuerzos cesaron, por lo menos para efectos declarativos.

Y es que en las primeras dos semanas López Obrador y Claudia Sheinbaum hicieron un poco box de sombra, tanteando el terreno, inciertos del papel que tocaba a cada uno en esto que, como ha dicho el Presidente, es terreno inédito.

No hay códigos ni normas escritas o no escritas para esto que no se ha vivido antes. Él hace esfuerzos evidentes para no hacer o decir algo que le haga parecer como un titiritero o el poder tras la sombra de lo que vendrá el próximo sexenio. Pero, al mismo tiempo, dejando en claro que intenta gobernar hasta el último instante. Ella, haciendo la difícil tarea de mostrarse como la portadora perfecta de una fórmula que, de por sí, es contradictoria: continuidad con cambio. Es decir, en la que las señales de continuidad sean tranquilizantes para López Obrador y las muestras de cambio lo sean para los mercados.

El Presidente rompió ese box de sombra con su propuesta, inmediatamente aceptada por Claudia, de emprender juntos giras de fin de semana por todo el país.

Ocurrencia, intuición o astuto ardid, sea lo que sea, fue un recurso que de golpe conjuró cualquier riesgo de tensión entre ambos, ya no digamos de ruptura. Una movida inteligente que conviene a los dos, pero esencialmente a Claudia.

Y por más de una razón.

Habría que entender que Sheinbaum no pertenece en estricto sentido al círculo más íntimo del Presidente. Y no porque falte empatía, sino por circunstancias de la vida misma.

En todo caso, no al nivel del grupo familiar y de los colaboradores que han trabajado literalmente al lado del Presidente desde hace décadas. Ella se integró al gobierno de López Obrador en Ciudad de México en 2000, y antes de eso apenas había tenido contacto directo con él. Pero incluso en esa administración ella trabajó en su ministerio, el de temas ambientales, no en la oficina central al lado del jefe de Gobierno. Los siguientes 12 años (2006 a 2018) se reintegró a la academia, primero, y luego a la alcaldía de Tlalpan (2015-2018).

Los últimos cinco años, como sabemos, ha gobernado a Ciudad de México con su propio gabinete, en paralelo a la Presidencia de López Obrador. Puntos de contacto, muchos, pero nunca realmente involucrada directamente en el espacio diario del líder.

A lo largo de estos 24 años Claudia se ha ganado el aprecio y la admiración del Presidente.

Le queda claro que es el mejor cuadro que podía ostentar su movimiento de cara al relevo en términos de capacidad e identidad ideológica. Siempre disciplinada, congruente y capaz. Pero también es cierto que las horas transcurridas juntos en la misma trinchera, literalmente, han sido inferiores a las que ostentan otros colaboradores.

Por eso es que las giras de los últimos tres fines de semana han sido claves para intercambiar pareceres, percepciones, preocupaciones.

Y no tengamos duda, opera en los dos sentidos, no es unívoco.

Algunos lo han querido leer como una suerte de llamado del líder para leer la cartilla a su relevo, imponerle exigencias, impartirle admoniciones. Y sí, seguramente le comparte preocupaciones, información potencialmente útil sobre algún caso o un personaje, datos confidenciales que no son para ser publicados en alguna ficha o reporte. Y también, ¿por qué no?, encargarle algún tema que le resulte particularmente significativo.

Pero para Claudia han sido oro molido las muchas horas transcurridas juntos en estos sábados y domingos. Primero, porque puede enterarse de primera mano cuáles son los temas sensibles que, en algún momento a lo largo de su sexenio, podrían causar una verdadera molestia a su antecesor y, más importante, cuáles no lo son. Segundo, porque sin duda habrá podido comentarle, de manera anticipada, algunas de las premisas, proyectos y estrategias que seguirá al arranque de su administración.

En ese sentido, es evidente que los nombramientos anunciados para el próximo gabinete no constituyeron ninguna sorpresa para AMLO. Claramente constituyen colaboradores personalmente elegidos por Sheinbaum, en lo general más técnicos y profesionales que sus antecesores, pero “conversados” con López Obrador, de tal manera que si hubiera existido alguna reserva de su parte habría sido limada convenientemente. Y, lo más importante quizá, Claudia habrá podido argumentar sus puntos de vista sobre los desafíos que tiene México y las ideas que en principio tiene para enfrentarlos.

Inconvenientes hay, desde luego. La reforma que llevaría a subordinar la Guardia Nacional a las fuerzas armadas no estaba en los planes de Sheinbaum, a juzgar por sus declaraciones anteriores. Repentinamente anunció, sin necesidad aparente, su intención de hacer tal reforma en los primeros meses de su administración. Puedo imaginarme que eso fue resultado de algún comentario de parte del Presidente. Al final, supongo, ella habrá comprado sus argumentos o considerado que constituía una cesión mínima frente a otros gestos de respeto y aceptación por parte de él a los planes y decisiones de la presidenta virtual.

En todo caso, ya verá cómo hace su equipo para compaginar las estrategias policiacas y civiles en las que ha pensado, con la militarización de la GN. Un mal menor frente a la mucho más importante tarea de conseguir que López Obrador se vaya con la tranquilidad de saber que ha dejado el poder a alguien con la inteligencia y la prudencia para hacerse cargo.

Las muchas horas de vuelo compartido que habrán tenido a lo largo de estos tres meses generarán una mutua comprensión y las necesarias complicidades, en el mejor de los sentidos, para evitar que los terceros, que nunca faltan, provoquen ruidos que potencialmente pudieran envenenar la transición de poderes que hoy presenciamos. Sin duda, los viajes ilustran y algo más.



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